martes, 6 de diciembre de 2016

En el bar

A veces pienso que hay personas en este mundo que viven porque tiene que haber de todo. Imaginaros la situación: estoy tomando unas cervezas con mi gente y voy al váter del bar a desahogarme. Abro la puerta amplia que da a los baños, la puerta interior del baño de hombres y las cierro después de entrar. Llego al urinario de pared y descargo placenteramente (yo creo que incluso sonreí mientras lo hacía) el exceso de peso que me agobiaba. Pues bien, en ese preciso instante sale un tipo del cagadero situado a mi derecha, deja la puerta abierta y un tufo insoportable, pasa por detrás de mí y, sin lavarse las manos en el lavabo (¿para qué?), abre la puerta del váter de tíos, la de la salida al bar y deja ambas abiertas de par en par. Ni que decir tiene que a mí me dejó también allí dentro, con la frente pegada a la pared y el culo prácticamente al aire, expuesto a la vista de las decenas de personas que en ese momento había en el garito. Si hubiera podido estirar hacia atrás una pierna para cerrar con el tacón lo habría hecho, pero como había demasiada distancia, me limité a sacudir las últimas gotas lo más discretamente que pude y, después de lavarme las manos pudorosamente, salir al ruedo sintiéndome blanco de las miradas y sonrisitas del personal. A partir de entonces, no pude pensar en otra cosa que encontrar al pedazo cagón que me había hecho esa putada. Por suerte para él, me fue imposible.






No hay comentarios:

Publicar un comentario