sábado, 22 de junio de 2013

Libros

     Cuando subí al desván de la vieja casa de mis abuelos no podía imaginar que lo que guardaban tan celosamente entre paredes de gastada pintura donde habitaban las telarañas, fuese un auténtico tesoro, acumulado desde mucho tiempo atrás por sus ancestros, que nadie se había atrevido a profanar, ya fuera por desidia o por respeto.
     Pero a mis trece años la curiosidad hizo que no me detuviera a pensar remilgadamente en dejar impoluto el legado de unos antepasados a los que admirábamos por haber sido capaces de almacenar tan valiosas reliquias sin decidir nunca venderlas y obtener el usufructo que a buen seguro les procurarían.
     Así que, una por una, fui sacando aquellas joyas aún relucientes de su polvoriento cofre de madera y, con los ojos llorosos de emoción, leyendo las doradas inscripciones que en sus lomos refulgían.
     Me sentí dichoso, maravillado ante tanta riqueza: libros, muchos libros, viejos y bellos tomos, ¡tantos libros…! 


No hay comentarios:

Publicar un comentario