Amanecer en el mar, rodeado por el cielo con sus nubes de algodón de caprichosas formas, el agua que apenas logra mecer levemente el barco, el sol intenso y renovado de la mañana y el viento templado del Mediterráneo acariciando suavemente mi cara, es una experiencia llena de sensaciones inolvidables que me inducen a repetirla.
Ahora puedo entender un poco mejor el embrujo que el mar produce en el navegante solitario, el encantamiento que le impele una y otra vez a volver a su seno para sentirse uno con los elementos.
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