Contemplar el ocaso del sol desde la cubierta del
barco en movimiento significa casi tanto como asistir a varias puestas de sol
el mismo día. El avance constante del barco en el mar produce la impresión de que
el sol cambia de lugar y quiere ponerse ora sobre el islote de mínimo relieve,
ora sobre las tranquilas aguas en el exiguo estrecho, ora sobre la costa
escarpada y sin apenas arenales de la gran isla de Cerdeña. Atardeceres así son dignos
de recordarse toda la vida, y con ese fin tomé esta fotografía (y otras muchas
más) que ahora comparto emocionado con los lectores de mi blog.
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