Quienes vivimos
intensamente nuestra juventud durante los primeros años del Bar Eguzki seguro
que no podremos olvidar las interminables tardes que pasábamos apoyados en la
barra o en las cajas de Vol Damm del fondo, escuchando música mientras saboreábamos unos ducados y unas cervezas,
charlando animadamente con los camareros, leyendo el periódico de atrás hacia
delante o, simplemente, mirando a la gente moviéndose por el local. De vez en
cuando, saludábamos a alguien o intercambiábamos unas palabras, para luego
seguir entregados a la tarea de vigilar la puerta de la calle (quizá esperando
un encuentro inesperado que nos alegrase el día, y que quizá también alguna vez
llegara), o a la de observar cómo, a golpe de semáforo, unos y otras entraban y
salían del único lavabo compartido con que contaba el bar. Suponiendo que el cada
vez más espeso humo del tabaco nos dejara ver alguna cosa con nitidez...
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