que
la lluvia en el cristal me reconforta,
me
tranquiliza su monotonía
y me
sumerge en ensoñaciones,
los
ojos abiertos todavía.
Aunque
el viento sople ya no me asusto,
y si
el trueno brama me quedo quieto,
escuchando
atento la oscuridad,
y el
silbido del aire
corriendo
por los pasillos.
Oigo
el murmullo del agua en el canalón,
y la
imagino cayendo, fría,
sobre
las estrechas aceras,
limpiando
los gastados adoquines,
y
refrescando la brisa densa.
Siento
que la soledad ya no me intimida,
que
es fiel compañera de fatigas
en
este invierno cruel y despiadado
en
que perdí a quien no merecía
y sin
saberlo había amado.
Porque
al fin comprendo que soy
el
más abyecto y vil de los amantes,
que
sólo me quise a mí mismo
y a
ti te tuve olvidada
en un
rincón de mi corazón,
sumida
en silencio de pena,
sumisa
y siempre dispuesta
tu
sonrisa a cambio de nada.
Que
tus cartas están boca arriba
y yo
te hice trampa en el juego
del
amor y de la vida.
Que
mis ojos miraban pero no te veían,
que
mis manos tocaban pero no te sentían,
¡torpes
ojos y manos frías!
Siendo
como soy, cobarde,
huraño,
triste y esquivo,
solitario,
negro y macabro,
obtuso,
callado y cabrón,
no
puedo sino perderte (y para siempre esta vez),
añorarte
sin llorarte,
sentir
vacíos donde estuviste
y
amarte en fin, sin tenerte.
Creo
que este invierno será más largo que otros,
que
el frío y la lluvia seguirán, día tras día,
tornando
grises y oscuras las mañanas de abril,
y
marchitando las tempranas flores
que
un extraño marzo traía
y que
ya no crecerán,
por
más que al final nos llegue
esta
primavera tardía.
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