…quiero que conozcas a esa
pequeña figura que deambula por el camino oxidado de la antigua vía, junto a
los altos y verdes pinos.
Es un niño flaco y
pálido, pero sus mejillas y la punta de su nariz se tiñen de rojo con el frío
de la mañana. Está lloviznando y las imperceptibles gotas de agua dibujan
diminutas flechas en su recto flequillo y descienden por su carita como
lágrimas frías. De su mano izquierda cuelga una inmensa cartera repleta de
libros, cuadernos y lapiceros de colores, y sus delgadas piernas no dejan de
moverse de un lado a otro mientras camina.
Le gusta pisar los
charcos y chapotear en ellos con sus altas botas de goma, sabiendo que los pies
nunca se le mojarán con ellas. A veces corre veloz como si, repentinamente,
hubiera visto algo que llamara poderosamente su viva atención, pero luego
vuelve a su paso distraido, mirando al cielo con la boca abierta, bebiendo
la gélida lluvia, pateando una piedra…
No está solo entre los
pinos, las piedras, la lluvia, los charcos, el silencio de la mañana de un día
cualquiera. Los invisibles pájaros le hablan desde sus escondrijos en las ramas,
y en su rostro inocente luce una frágil sonrisa, una bonita sonrisa clara que
se va apagando a medida que se acerca a la escuela.
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