Fue en un anochecer aciago del frío enero, cuando regresaba a su casa en el campo desde el pueblo. Ocurrió tan brusca e inesperadamente que sintió un miedo indecible y se vio inmensamente solo en la oscuridad.
Todo comenzó con un violento
rayo que se precipitó sobre un arce de los que formaban la larga hilera que bordeaba el camino.
Dando un salto, consiguió apartarse a tiempo de las ramas que, buscando
entrelazarse, se echaban sobre la carretera. Suspiró aliviado pero, al instante,
un sonido ensordecedor le atacó furiosamente los tímpanos, poniéndole el
corazón en la boca. Era el trueno.
Un poco después, las nubes le dispararon
desde lo alto certeras flechas que se estrellaban contra su frente, cegaban sus
ojos y congelaban sus sienes. En poco tiempo, los charcos le rodearon e
impidieron el paso y, al andar, observó que sus pies se perdían entre las
piedras que el crecido río cercano arrastró hasta el
camino.
Se encontró sin defensas
ni posibilidad material de escapar a aquel cruel ataque de los elementos. Hasta
que el viento enloquecido dejó de soplar y, más calmado, le susurró al oído que
desistiera, que no tratara de luchar más.
-¡Pero si ya no tengo
fuerzas para resistir! ¿Qué más me puede pasar? –consiguió pronunciar.
-Tú solo calla y deja que
hagamos de ti lo que nos plazca –ordenó el viento.
-Pero… ¿quiénes sois
vosotros? –preguntó aturdido y asustado.
-Somos lo que vosotros, simplemente, llamáis “clima”.
-¿Y qué queréis de mí?
-Solo tienes que sonreir…
“AL MAL TIEMPO, BUENA CARA”
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