viernes, 10 de octubre de 2014

Ébola

Estos días en que sólo se habla del virus del Ébola se me ocurren algunas ideas, no sé si buenas o malas, acerca del circo mediático al que asistimos diariamente desde hace semanas, sin posibilidad de levantarnos de la silla y abandonar el recinto, aburridos por el espectáculo.  
Nos quieren (tienen) atenazados por el miedo. Miedo a la gripe A, miedo a la malaria o al Ébola, miedo a los desastres naturales, a las inclemencias del tiempo, miedo a Al Qaeda o al Estado Islámico, miedo a quien no es de nuestro grupo, al pobre, al diferente. Porque cuando tenemos miedo no pensamos, solo actuamos como animales acorralados, a la defensiva, y confundimos al vecino con el verdadero atacante.
Y nosotros, pobres incautos, seguimos su juego. Sin darnos cuenta, participamos en su teatro de marionetas expandiendo los bulos y las mentiras de red en red, de casa en casa, de calle en calle. Hablando demasiado de lo que aún desconocemos, especulando cual tertulianos televisivos, propagando la ignorancia por todos los medios digitales a nuestro alcance.
Sí, el virus del Ébola nos da miedo y el miedo es libre. Sobre todo, el miedo a la muerte. Pero solo nos hemos puesto nerviosos cuando éste ha entrado en nuestra casa, en la que vivíamos tan tranquilos y despreocupados de los estragos que la hambruna y las enfermedades infecciosas por falta de agua e higiene provocan en los países africanos, a los que solo van los misioneros, los cooperantes o los locos por la aventura.
Y, entonces, buscamos desesperadamente culpables con los que desahogarnos y soltar nuestra rabia contenida porque se hayan descuidado las medidas de seguridad obligatorias, permitiendo que el virus mate a una, dos ¿tres personas? Y un perro, claro. ¡Como si en Occidente fuéramos inmortales y la Sanidad pública infalible! Nadie se quejará nunca de la privada, porque a ella nunca irán los casos más graves de esta enfermedad, a ella solo le llegará el dinero de los clientes y la ayudas y contratos del Estado.
No pensamos que los culpables últimos de que estas enfermedades sigan matando personas puedan ser, por ejemplo, la industria farmacológica, que solo investiga cuando ve beneficios en ello (es decir, en medicamentos para gente que pueda pagarlos), la inoperancia de la Organización Mundial de la Salud, pagada en gran medida por dicha industria, que nos asusta a nivel global con sucesivas crisis y pandemias que luego resultan inofensivas o simplemente irrelevantes (eso sí, después de recomendar a las autoridades sanitarias de todo el mundo que vacunen masivamente a la población, con los consiguientes gastos para las arcas públicas y desorbitados beneficios para los fabricantes de esas vacunas, que casualmente son los mismos que subvencionan la OMS), o un orden mundial regido por potencias económicas que intervienen militarmente para “ayudar” a países que disponen de recursos como el petróleo, el gas, el oro o los diamantes, y no intervienen humanitariamente en pueblos que necesitan que se les enseñe a producir sus propios alimentos o medicinas, a depurar el agua, a progresar y desarrollarse y así poder evitar la muerte prematura de miles de niños.

Ahora se me vienen a la cabeza muchos motivos para desear estar vivo, para no querer caer enfermo, y mucho menos de Ébola, en un estado del bienestar desmantelado, con unas autoridades ineptas que no reconocen sus fallos y culpan al personal a su cargo.
Pero desear estar vivo no me convierte en experto en enfermedades infecciosas, ni en juez de las personas que han podido cometer errores en su trabajo (voluntario, además, en algunos casos) contra el virus en la sanidad pública.
Como tampoco me hace inmune a la pobreza, a la miseria y a los desahucios provocados por los recortes sociales y la avaricia de los bancos, que también existen por estos lares. Los tenemos delante de nuestros ojos todos los días y no parecen movilizar conciencias ni dar para mensajes de ciento y pico caracteres, ocurrencias en Whatsapp o manifestaciones frente a una casa donde entró el ébola por la vida de un perro.

Una vez más, hay que esperar que el dedo no nos impida ver la luna y los ciudadanos de a pie no sigamos siendo los tontos útiles del sistema. A buen entendedor...


2 comentarios:

  1. Éso es la doctrina del shock, aprovechar los momentos de crisis o en los que la población se siente abrumada por algo que le produce shock para usarlo o bien como cortina de humo, o bien para recabar apoyo a una figura autoritaria y protectora, o bien para aprovechar y aplicar medidas neo-liberales impopulares.

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  2. Completamente de acuerdo, Juanjo. Hoy mismo he visto en la red una frase (desconozco su autor) que lo resume todo a la perfección: "Nos regalan el miedo para vendernos seguridad".

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