jueves, 6 de febrero de 2014

Yo te quiero libre

Vuelvo a casa con los labios aún humedecidos por tu largo beso en la noche fría. Atrás queda tu silueta recortada en la oscuridad, mirándome en silencio hasta que doblo el recodo del camino bordeado por los altivos álamos que recorro cada día para ir a verte. Oigo el crujir de las hojas secas bajo mis pies y adivino tu gesto mientras me alejo de nuestro punto habitual de despedida. Levantarás levemente una ceja y esbozarás una enigmática sonrisa apenas perceptible, quizá pensando: “Le quiero, sí. Es como es, pero le quiero”
Bajo la luz de la luna llena que se refleja en el contiguo río de sucias aguas grises, camino cabizbajo observándome los pies, las punteras de mis gastados zapatos alternándose en su avance unos centímetros por delante de mi cuerpo, y pienso.
Pienso que lo nuestro puede que no tenga futuro, que somos tan distintos que nunca podríamos vivir bajo el mismo techo, compartiendo nuestras cosas y nuestros ratos de alegría o de furia sin que saltaran chispas y todo se tornara, de repente, doloroso y triste. Tus palabras me hieren a veces y mis silencios te mortificarán siempre, reconozcámoslo.
Porque nuestro amor no está hecho para vivirlo como los demás, con las rutinas y pequeñeces del día a día horadando nuestro ánimo hasta convertirnos en autómatas del “cariño” conyugal, del querer por obligación, o por costumbre, o por desidia…
Nosotros lo vivimos como nuevo cada mañana, nuestro amor despierta con el amanecer, se calienta con el sol del mediodía y lo regamos cada tarde con nuestros besos, a la hora del encuentro diario después del trabajo.
Hablamos, paseamos entre el gentío por calles abarrotadas, miramos escaparates o compramos algún libro, quedamos con los amigos a tomar algo en el bar de siempre, nos reímos un rato con sus charlas efímeras y desenfadadas, y nos despedimos para continuar nuestro paseo a solas por el parque o el extrarradio.
Nuestros fines de semana son totalmente impredecibles. Siempre hay una historia que surge espontáneamente para divertirnos, un par de días en la casa de campo de no sé quién, una salida al monte con nieve incluida, el descenso a pie de un río o, simplemente, quedarnos en la ciudad, ocultos en tu casa cuando tus padres no están, amándonos durante horas en tu cama, sin comer ni beber siquiera, sólo amarnos y dormir. 
Así, día tras día, semana tras semana, crece el árbol de nuestro amor. Sin secarse por el escaso riego, ni tampoco ahogarse por el exceso de agua. Eso es todo. No es mucho, pero es todo.
Por eso ahora no deseo nada más que tu respeto a mi libertad,  mi respeto a la tuya, y que todo fluya como hasta hoy, sin forzar nada, cada uno en su lugar. Reconociendo nuestros fallos y defectos y asumiendo que tenemos que superarlos, sí, pero mirando hacia adelante con valentía y ganas de ser mejores.
Y por eso creo que tu esfuerzo ha sido en vano, que de nada sirve que esta tarde me hablaras del futuro en común, de que ya es hora de que formemos un hogar en el que vivir los dos, queriéndonos como siempre, pero juntos, de mi miedo al compromiso, de mi falta de solidaridad para contigo por tu trabajo a media jornada (tan poco gratificante en lo económico), o de tu necesidad de estabilidad emocional debido a que “llegada a los treinta, una empieza a sentir de distinta forma el amor”.
Tú no te has dado cuenta del efecto fulminante que tus palabras han obrado en mí, del estremecimiento que me han producido, resonando en mi cabeza incluso mientras te besaba, haciéndome caer irremediablemente en el desánimo y la pena, negándome la posibilidad incluso de rebatirlas, tan rotundas y pesadas se han desplomado sobre mí.
No has percibido que mi silencio no era ya tal silencio, sino un grito de rabia ante tus razones, no has notado que mi beso era diferente, que no sabía igual, que no quemaban mis labios y que ya no había magnetismo en mi mirada ni energía en mis abrazos. Y no sospechas siquiera que éste haya sido nuestro último beso, y que mi decisión esté tomada, y que ya no haya vuelta atrás.
Porque no quiero tener que quererte “hasta que la muerte nos separe”, ni quiero envejecer contigo, ni amor a plazo fijo, ni sexo con horarios. No quiero continuar la saga con guapos retoños rubios, ni navidades en familia, ni cenas en casa con amigos, una vez cada seis meses…
Sólo quiero amarte como hasta ahora, como adolescentes en su primera vez, con locura y con lujuria, con torpeza a veces. Sólo quiero reír y llorar de felicidad por estar enamorados. Sin ataduras. Sin negras sombras amenazando en nuestro horizonte. Sin papeles que firmar o letras que pagar. 
Como nos gustaba cantar:
“Yo te quiero libre,
como te viví,
libre de otras penas
y libre de mí”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario