En una plaza del centro de una gran ciudad encontré un día una
solitaria nota que algún músico callejero dejó caer descuidadamente de su viejo
clarinete al terminar su última pieza de la tarde, cuando los transeúntes
andan ya
con prisa y no le prestan atención, ensimismados y vencidos por el duro día
de trabajo a jornada completa, cuando hasta las palomas buscan refugio en los
tejados para contemplar el ocaso desde su atalaya, y cuando el exiguo aire de sus
pulmones apenas le llega para dar un débil golpe a la lengüeta.
Era justo la nota que necesitaba para terminar tu canción.
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