Me quedé solo en la casa
mirando por la ventana cómo se iba mi amor. Me sentí muy triste, pero no hice
nada.
El cristal de la ventana
no pudo entender mi absoluta indolencia y, como en un reproche, de pronto, se cubrió de
vaho. Y en su superficie aparecieron, apenas levemente marcadas, las palabras que no supe
pronunciar a tiempo: “No te vayas, no me dejes, ¡te quiero!”.
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